Sheik Humarr Khan. (Imagen: Pardis Sabeti.) |
CONFORME LA EPIDEMIA de ébola en África occidental amaina y se desvanece de los medios de comunicación, cabe recordar que sus efectos no se han desvanecido en las comunidades afectadas, ni lo harán en muchos años. En lo que ha sido el mayor y más largo brote de esta fiebre hemorrágica vírica del que se tiene constancia en humanos, el virus del ébola sembró la devastación a lo largo y ancho de Guinea, Liberia y Sierra Leona durante los últimos dos años, infectando a más de veintiocho mil personas y superando las once mil muertes. Las víctimas incluyen numerosos profesionales sanitarios —médicos, enfermeras y otros—, que conformaban la primera línea de la repuesta a la epidemia, arriesgando su vida por las de sus pacientes. Entre estos muchos trabajadores sanitarios se encontraba Sheik Humarr Khan. Su historia es memorable no por la forma en que murió, sino por las decisiones morales que definieron la trayectoria de su vida, y que acabarían conduciéndole a la muerte.
Nativo de Sierra Leona, Khan había soñado con ser médico desde que era niño. Parte de su inspiración llegó con la historia de un médico alemán que había muerto por fiebre de Lassa, otra enfermedad vírica potencialmente letal, tras desplazarse a Sierra Leona para ayudar en el tratamiento de los enfermos de dicho mal. Al igual que este médico, Khan sentía una necesidad de ayudar a los enfermos, y era de la firme opinión de que la medicina debía servir a todos por igual, no sólo a aquellos capaces de permitírsela.
Siguiendo su vocación, y conquistando las enormes dificultades impuestas por su entorno, Khan se graduó finalmente en medicina y cirugía por el Colegio de Medicina y Ciencias Aliadas de la Salud de la Universidad de Sierra Leona en 2002, consolidándose a lo largo de los siguientes doce años como uno de los más destacados virólogos del África occidental. Su compromiso con los enfermos y su valentía quedaron patentes cuando, en 2005, asumió el mando del Programa de Fiebre de Lassa del Hospital Gubernamental de Kenema, después de que su predecesor muriera a causa de una infección accidental con el virus de Lassa. El Programa de Fiebre de Lassa posee la única unidad médica del mundo dedicada exclusivamente al tratamiento y la investigación de una enfermedad hemorrágica vírica, y situarse a la cabeza del mismo supuso para Khan el desplazarse a la remota y desatendida región rural de Kenema, rechazando ofertas de trabajo más lucrativas en la capital, Freetown. Pero si algo le había enseñado la vida a Khan era que las necesidades de los pacientes y de la comunidad, y no el dinero o el prestigio, eran lo único por lo que valía la pena trabajar —cosa que no cualquier médico puede afirmar de sí mismo—.
La investigación de Khan era una de las más relevantes en fiebre de Lassa, a pesar de la falta de recursos de su entorno —la cual supone el día a día de la mayoría de científicos y médicos de esta parte del mundo—, y se centraba en cuestiones relativas a la evolución y adaptación del virus causante de la enfermedad. Khan también estaba profundamente implicado en la educación de futuros profesionales médicos en el Colegio de Medicina y Ciencias Aliadas de la Salud, donde él había estudiado, pues creía que la calidad de esta educación era fundamental para mejorar el sistema sanitario del país. Aquéllos que lo conocían recuerdan que donde Khan realmente brillaba era en su trato personal y su humanidad, que le convirtieron en una de las personalidades más destacadas y queridas de la región de Kenema.
Nativo de Sierra Leona, Khan había soñado con ser médico desde que era niño. Parte de su inspiración llegó con la historia de un médico alemán que había muerto por fiebre de Lassa, otra enfermedad vírica potencialmente letal, tras desplazarse a Sierra Leona para ayudar en el tratamiento de los enfermos de dicho mal. Al igual que este médico, Khan sentía una necesidad de ayudar a los enfermos, y era de la firme opinión de que la medicina debía servir a todos por igual, no sólo a aquellos capaces de permitírsela.
Siguiendo su vocación, y conquistando las enormes dificultades impuestas por su entorno, Khan se graduó finalmente en medicina y cirugía por el Colegio de Medicina y Ciencias Aliadas de la Salud de la Universidad de Sierra Leona en 2002, consolidándose a lo largo de los siguientes doce años como uno de los más destacados virólogos del África occidental. Su compromiso con los enfermos y su valentía quedaron patentes cuando, en 2005, asumió el mando del Programa de Fiebre de Lassa del Hospital Gubernamental de Kenema, después de que su predecesor muriera a causa de una infección accidental con el virus de Lassa. El Programa de Fiebre de Lassa posee la única unidad médica del mundo dedicada exclusivamente al tratamiento y la investigación de una enfermedad hemorrágica vírica, y situarse a la cabeza del mismo supuso para Khan el desplazarse a la remota y desatendida región rural de Kenema, rechazando ofertas de trabajo más lucrativas en la capital, Freetown. Pero si algo le había enseñado la vida a Khan era que las necesidades de los pacientes y de la comunidad, y no el dinero o el prestigio, eran lo único por lo que valía la pena trabajar —cosa que no cualquier médico puede afirmar de sí mismo—.
La investigación de Khan era una de las más relevantes en fiebre de Lassa, a pesar de la falta de recursos de su entorno —la cual supone el día a día de la mayoría de científicos y médicos de esta parte del mundo—, y se centraba en cuestiones relativas a la evolución y adaptación del virus causante de la enfermedad. Khan también estaba profundamente implicado en la educación de futuros profesionales médicos en el Colegio de Medicina y Ciencias Aliadas de la Salud, donde él había estudiado, pues creía que la calidad de esta educación era fundamental para mejorar el sistema sanitario del país. Aquéllos que lo conocían recuerdan que donde Khan realmente brillaba era en su trato personal y su humanidad, que le convirtieron en una de las personalidades más destacadas y queridas de la región de Kenema.
Instalaciones del Programa de Fiebre de Lassa del Hospital Gubernamental de Kenema, que Khan dirigió entre 2005 y 2014. (Imagen: Stephen Gire.) |
Cuando el brote de ébola alcanzó Sierra Leona en 2014, el gobierno pidió ayuda a Khan para dirigir la respuesta a la epidemia. A pesar del claro riesgo que este compromiso suponía, el médico aceptó, dejando de lado sus compromisos para dar clases en el extranjero, y dedicándose por entero a esta labor. Cada día atendía a pacientes y ayudaba a coordinar los esfuerzos por controlar la enfermedad, hablando con oficiales gubernamentales y muchas otras personas involucradas. También aparcó su investigación en fiebre de Lassa cuando el hospital se vio desbordado con casos de ébola, dedicándose en su lugar a estudiar la velocidad a la que el virus del ébola muta y evoluciona. Aunque era muy consciente del peligro que corría en este cargo, no dejó de trabajar para asegurarse de que los enfermos recibieran el mejor cuidado posible. Su respuesta a la inquietud de su familia fue simple: “Si me negara a cuidarles, ¿quién cuidaría de mí?”
En julio de 2014, Khan comenzó a mostrar síntomas de infección por ébola. Su enfermedad y muerte ese mismo mes desataron un gran revuelo social en la región, debido a que el personal de Médicos Sin Fronteras que le atendía optó por no proporcionarle un tratamiento experimental no probado, considerando que los riesgos sobrepasaban cualquier posible beneficio. Pocas semanas después, la Organización Mundial de la Salud declaró ética la aplicación de tratamientos experimentales a enfermos de ébola.
Tras la muerte de Khan el 29 de julio, a sus 39 años, el presidente de Sierra Leona, Ernest Bai Koroma, le declaró héroe nacional, dándole las gracias por haber salvado más de un centenar vidas. Un nuevo centro de tratamiento de fiebres hemorrágicas en Kenema será bautizado en su honor, y sus familiares han creado una fundación en su nombre, dedicada a ayudar a aquellas familias que han quedado profundamente afectadas por el brote de ébola, así como a pagar los costes de la educación de futuros médicos e investigadores.
Sería falso e injusto decir que la historia de Khan es única. Muchos otros profesionales sanitarios podrían ser mencionados, cada uno con su propia inspiradora y dolorosa historia. El ébola se ha cobrado las vidas de más de quinientos trabajadores médicos en África occidental, un triste precio por la voluntad altruista de ayudar a los enfermos. Los muchos otros que han arriesgado su vida y sobrevivido no merecen menos respeto y atención. Además del inefable daño emocional causado por la epidemia, la muerte de todos estos profesionales supone un severo golpe a los servicios de sanidad e investigación de las regiones afectadas. La recuperación sólo será posible a través de muchos años de trabajo y de la implantación de extensos programas internacionales de ayuda dedicados a la formación de nuevos trabajadores médicos —algo que quizá nunca llegue a materializarse—. Esto es de una importancia apremiante ahora que se ha descubierto que el virus del ébola es capaz sobrevivir en el sistema nervioso central y en los órganos reproductivos de algunos supervivientes muchos meses después de la desaparición de los síntomas de la enfermedad, así como que estos supervivientes portadores pueden transmitir el virus a sus parejas sexuales, lo que supone un riesgo extremadamente serio de nuevos brotes infecciosos. Tampoco hay que olvidar que el ébola no es más que una de las muchas enfermedades a las que estos países se enfrentan, incluyendo la malaria, el SIDA y la fiebre amarilla, las cuales dependen asimismo de personal sanitario especializado para su prevención, tratamiento y control.
Como las regiones más desafortunadas del planeta demuestran con demasiada frecuencia, la adversidad más devastadora sirve para sacar a la luz la extraordinaria determinación y el sacrificio de aquellas personas comprometidas a ponerle fin. Ha sido gracias a los tremendos esfuerzos, y en ocasiones a las vidas, de profesionales entregados como Sheik Humarr Khan que la epidemia pudo ser finalmente controlada. No obstante, la muerte de tantos miembros indispensables de estas comunidades supone un golpe adicional para países en los que las secuelas del ébola seguirán desgarradoramente presentes durante mucho tiempo.
En julio de 2014, Khan comenzó a mostrar síntomas de infección por ébola. Su enfermedad y muerte ese mismo mes desataron un gran revuelo social en la región, debido a que el personal de Médicos Sin Fronteras que le atendía optó por no proporcionarle un tratamiento experimental no probado, considerando que los riesgos sobrepasaban cualquier posible beneficio. Pocas semanas después, la Organización Mundial de la Salud declaró ética la aplicación de tratamientos experimentales a enfermos de ébola.
Tras la muerte de Khan el 29 de julio, a sus 39 años, el presidente de Sierra Leona, Ernest Bai Koroma, le declaró héroe nacional, dándole las gracias por haber salvado más de un centenar vidas. Un nuevo centro de tratamiento de fiebres hemorrágicas en Kenema será bautizado en su honor, y sus familiares han creado una fundación en su nombre, dedicada a ayudar a aquellas familias que han quedado profundamente afectadas por el brote de ébola, así como a pagar los costes de la educación de futuros médicos e investigadores.
Sería falso e injusto decir que la historia de Khan es única. Muchos otros profesionales sanitarios podrían ser mencionados, cada uno con su propia inspiradora y dolorosa historia. El ébola se ha cobrado las vidas de más de quinientos trabajadores médicos en África occidental, un triste precio por la voluntad altruista de ayudar a los enfermos. Los muchos otros que han arriesgado su vida y sobrevivido no merecen menos respeto y atención. Además del inefable daño emocional causado por la epidemia, la muerte de todos estos profesionales supone un severo golpe a los servicios de sanidad e investigación de las regiones afectadas. La recuperación sólo será posible a través de muchos años de trabajo y de la implantación de extensos programas internacionales de ayuda dedicados a la formación de nuevos trabajadores médicos —algo que quizá nunca llegue a materializarse—. Esto es de una importancia apremiante ahora que se ha descubierto que el virus del ébola es capaz sobrevivir en el sistema nervioso central y en los órganos reproductivos de algunos supervivientes muchos meses después de la desaparición de los síntomas de la enfermedad, así como que estos supervivientes portadores pueden transmitir el virus a sus parejas sexuales, lo que supone un riesgo extremadamente serio de nuevos brotes infecciosos. Tampoco hay que olvidar que el ébola no es más que una de las muchas enfermedades a las que estos países se enfrentan, incluyendo la malaria, el SIDA y la fiebre amarilla, las cuales dependen asimismo de personal sanitario especializado para su prevención, tratamiento y control.
Como las regiones más desafortunadas del planeta demuestran con demasiada frecuencia, la adversidad más devastadora sirve para sacar a la luz la extraordinaria determinación y el sacrificio de aquellas personas comprometidas a ponerle fin. Ha sido gracias a los tremendos esfuerzos, y en ocasiones a las vidas, de profesionales entregados como Sheik Humarr Khan que la epidemia pudo ser finalmente controlada. No obstante, la muerte de tantos miembros indispensables de estas comunidades supone un golpe adicional para países en los que las secuelas del ébola seguirán desgarradoramente presentes durante mucho tiempo.
Referencias:
Gibney, E. et al. Nature’s 10. Ten people who mattered this year. Nature (2014).
Green, A. Obituary: Sheik Humarr Khan. The Lancet (2014).
Bausch, D.G. et al. A tribute to Sheik Humarr Khan and all the healthcare workers in West Africa who have sacrificed in the fight against Ebola virus disease: Mae we hush. Antiviral Research (2014).
Heeney, J.L. Ebola: Hidden reservoirs. Nature (2015).
Gibney, E. et al. Nature’s 10. Ten people who mattered this year. Nature (2014).
Green, A. Obituary: Sheik Humarr Khan. The Lancet (2014).
Bausch, D.G. et al. A tribute to Sheik Humarr Khan and all the healthcare workers in West Africa who have sacrificed in the fight against Ebola virus disease: Mae we hush. Antiviral Research (2014).
Heeney, J.L. Ebola: Hidden reservoirs. Nature (2015).