Retrato de Thomas Young por Henry Briggs, copia de un original pintado por Sir Thomas Lawrence c. 1822 (Wikimedia Commons). |
THOMAS YOUNG (1773–1829)
es recordado principalmente como el científico que, a principios del siglo XIX, demostró que la luz se comporta como una onda, utilizando su famoso experimento de la ‘doble rendija’. Pese a lo significativo de este descubrimiento, recordar a Young sólo por él es un reconocimiento extremadamente pobre de sus logros. Para cuando murió, a los casi cincuenta y seis años de edad, Young no sólo había demostrado que la luz es una onda, sino que también, entre otras cosas, había demostrado cómo el ojo enfoca los objetos, descubriendo al mismo tiempo el fenómeno de astigmatismo; había propuesto la teoría tricolor de la visión, que fue confirmada experimentalmente a mediados del siglo XX; había inventado el “módulo de Young”, una importante medida de la elasticidad de los materiales; y había hecho contribuciones fundamentales al desciframiento de los jeroglíficos egipcios, y descifrado otro sistema de escritura egipcia, la escritura demótica. Además de estos importantes logros en física, fisiología, ingeniería y egiptología, Young también fue un médico experimentado, un distinguido lingüista y anticuario, y una autoridad académica en una asombrosamente amplia variedad de temas, desde astronomía y cálculo hasta carpintería y seguros de vida. En lugar de abordar todas estas áreas como una mera diversión, Young dominó e hizo contribuciones originales a cada una de ellas. Podría argumentarse que la extraordinaria amplitud de sus conocimientos estaba a la par con la de Leonardo Da Vinci; y sería justo decir, de hecho, que Thomas Young quizá fue el último ‘hombre del Renacimiento’ del mundo.
Como explica el escritor Andrew Robinson en su magnífica biografía de Young, The Last Man Who Knew Everything, Young no sólo gozaba de un intelecto magnífico, sino que también poseía los atributos que hoy asociamos con la noción de un ‘buen científico’. Al realizar su labor científica y académica, no aspiraba principalmente a la fama, la riqueza o el reconocimiento social, sino más bien a la pura satisfacción que acompaña a la búsqueda del conocimiento. De hecho, después de haberse formado como médico, Young publicó muchos de sus trabajos no médicos de forma anónima, por temor a que sus intereses extraordinariamente amplios pudieran disuadir a los pacientes de acudir a su clínica, haciéndoles decantarse por médicos más ‘centrados’. Además, su conocimiento de la ciencia y su conciencia de los defectos de la medicina del siglo XIX le impidieron adoptar el aire de autoridad confiada que se esperaba de los médicos, dando irónicamente la impresión de que carecía de experiencia suficiente. Young estaba fanáticamente comprometido con la veracidad y la transparencia en sus investigaciones, reconociendo y alabando el trabajo de sus colegas y predecesores en todos los campos que estudió. También fue, tanto en su vida profesional como personal, un hombre enteramente modesto y autocrítico, que otorgaba gran importancia al papel del azar en su carrera. En una carta a su más antiguo amigo, el anticuario y político Hudson Gurney, escribió: “Es bueno que no tenga que volver a vivir mi vida, pues dudo que pudiera hacer tan buen uso de mi tiempo como el mero accidente me ha obligado a hacer”. En palabras de Robinson, “Young era partidario de la idea de que lo que un hombre había hecho, otro hombre podía hacerlo; tenía tan sólo una pequeña creencia en el genio individual”.
Nacido en 1773, en una extensa familia cuáquera de Somerset, Inglaterra, Young dio pruebas tempranas de su voracidad intelectual: era capaz de leer con fluidez a la edad de dos años, y antes de cumplir los cuatro ya había leído la Biblia dos veces. En la escuela, aprendió griego, latín, francés e italiano, y de forma independiente abordó también el hebreo, el árabe, el persa, el caldeo, el siríaco y el samaritano, desarrollando una familiaridad con los idiomas que resultaría inestimable en sus investigaciones adultas. Con la ayuda de algunos vecinos y conocidos familiares que apreciaban su precocidad, también construyó telescopios y microscopios y realizó experimentos químicos. Incluso a esta temprana edad, Young tenía la clara ambición de dominar tantas áreas de conocimiento como pudiera; y, lo que es aún más notable, tal curiosidad y determinación no lo abandonarían hasta el día de su muerte. Como la mayoría de los niños prodigio, adquirió la mayor parte de sus conocimientos directamente de los libros: en una carta a su hermano, comentó que “Los maestros y las maestras son muy necesarios para compensar la falta de inclinación y esfuerzo; pero quien quiera llegar a la excelencia debe ser autodidacta”. Quizá una de sus hazañas juveniles más impresionantes, aparte de su estudio de docenas de idiomas, sea el hecho de que, a la edad de diecisiete años, había estudiado en profundidad los grandes tratados científicos de Newton, el Principia y el Opticks; y hay pruebas de que era capaz de seguir sus avanzadas matemáticas. Esto demuestra la extrema versatilidad mental que caracterizaría al Young adulto; como señaló el escritor Isaac Asimov, “Fue el mejor tipo de niño prodigio, el que madura hasta convertirse en un adulto prodigio”.
A la edad de diecinueve años, Young se mudó a Londres para recibir su formación médica en una de las escuelas de anatomía privadas de la ciudad. Allí, tras diseccionar un ojo de buey, se interesó por el proceso mediante el cual el ojo enfoca objetos ubicados a diferentes distancias, conocido como acomodación. Leyó toda la literatura previa sobre el tema, incluidas las teorías de Johannes Kepler y René Descartes. El primero había propuesto que la acomodación ocurre a través del movimiento del cristalino (la lente situada dentro del ojo) hacia adelante y hacia atrás a lo largo del eje horizontal del ojo, al igual que la lente de una cámara. Descartes, por el contrario, había sostenido que el cristalino es fijo y que la acomodación no se produce por medio de su movimiento, sino de un cambio en su forma. El examen del ojo de buey llevó a Young a concluir que la teoría de Descartes era correcta, y que el cristalino podía alterar su propia curvatura porque era muscular. Este trabajo pronto condujo a la primera publicación científica de Young, un artículo titulado ‘Observations on Vision’, que fue presentado a la Royal Society de Londres por su tío abuelo, el médico Richard Brocklesby, y publicado en la revista de la sociedad, Philosophical Transactions, cuando Young aún tenía diecinueve años. Hoy sabemos que Young tenía razón al concluir que la acomodación ocurre a través de un cambio en la curvatura del cristalino; pero éste no es muscular, como él afirmara entonces, sino que está rodeado por un conjunto de músculos radiales que efectúan la deformación.
Al año siguiente, Young fue elegido miembro de la Royal Society, uno de los más altos honores científicos de Gran Bretaña. Aunque su trabajo sobre la visión era ciertamente extraordinario para alguien de su edad, debe tenerse en cuenta que los estándares de admisión en la sociedad eran menos estrictos que en la actualidad. Como señala Robinson, “hoy en día sería inconcebible que incluso un joven tan inteligente como Young pudiera ser elegido miembro de la Royal Society en base a una sola publicación científica”. A pesar de su aprecio de este honor, el rechazo de los títulos oficiales que Young mostraría durante toda su vida queda ya patente en la carta en que informa a su madre de su elección: “Espero no ser tan irreflexivo como para deslumbrarme con títulos vacíos que a menudo se confieren a cabezas débiles y corazones corruptos”.
A principios del siglo XIX, los títulos universitarios eran cada vez más importantes para que los médicos capacitados pudieran distinguirse de los charlatanes y estafadores, que no escaseaban en Londres. Por lo tanto, a pesar de no tener especial interés en asistir a la universidad, Young pasó a estudiar medicina en las universidades de Edimburgo, Gotinga y Cambridge. Sin embargo, impulsado por sus múltiples intereses, también aprovechó la oportunidad para ampliar sus conocimientos y habilidades en multitud de dominios además de la medicina; escribiendo desde Edimburgo a su madre, dejó en claro que “de ninguna manera deseo limitar el cultivo de mi mente a lo absolutamente necesario para un médico profesional”. Mientras estaba en Edimburgo y Gotinga, Young conoció a profesores de estudios clásicos y tomó lecciones de música, dibujo, baile, flauta y equitación. Tras un total de cuatro años de formación, en 1796 defendió su tesis en Gotinga y se convirtió en doctor en medicina. Sin embargo, a su regreso a Inglaterra descubrió que aún no estaba cualificado para ser licenciado por el Colegio Real de Médicos, que ahora exigía a los candidatos haber estudiado durante al menos dos años en la misma universidad. Como Young no había pasado suficiente tiempo en Edimburgo ni en Gotinga, se vio obligado a volver a la universidad durante otros dos años. Decidió obtener el título de licenciado en medicina en el Emmanuel College de Cambridge. Como consideraba que esta antigua universidad le ofrecía poco en términos de formación médica que no hubiera adquirido ya, pasó la mayor parte de su tiempo leyendo, escribiendo y realizando experimentos en sus habitaciones, así como conociendo a una variedad de académicos de toda la universidad. Young ciertamente no pasó desapercibido en el Emmanuel College, aunque pocos miembros se complacieron en conocer a un estudiante capaz de desafiar su conocimiento de sus propias disciplinas.
Young regresó a Londres en 1800; finalmente capaz de ejercer la medicina, abrió una clínica privada y comenzó a buscar un puesto de especialista en un hospital. Afortunadamente, había recibido una herencia considerable después de la muerte de su tío abuelo en 1797, lo que alivió su dependencia de los pacientes, permitiéndole ampliar sus investigaciones sobre la visión. En un extenso artículo titulado ‘On the Mechanism of the Eye’, presentado a la Royal Society en 1800, Young estableció de manera concluyente cómo enfoca el ojo, y también diagnosticó y midió el astigmatismo por primera vez, en sus propios ojos. Para lograr esto, primero mejoró un instrumento existente para medir la distancia focal de un ojo, conocido como optómetro. Luego realizó una serie de experimentos extremadamente ingeniosos —y en ocasiones, inquietantes— para determinar si el ojo altera su longitud o curvatura durante la acomodación. Para descubrir si la longitud de su ojo cambiaba, insertó el anillo de una llave de metal en la cuenca de su ojo y lo fijó contra la parte posterior del mismo: “La llave fue forzada hasta donde lo admitía la sensibilidad de los integumentos, y fue encajada, por una presión moderada, entre el ojo y el hueso”. En esta posición, la presión de la llave contra su retina le hizo ver un punto brillante, o ‘fantasma’; incluso un ligero cambio en la longitud del ojo, argumentó Young, modificaría la presión contra la llave y, por lo tanto, el tamaño de dicho fantasma. De esta forma, demostró que el ojo no cambia de longitud al enfocar objetos a diferentes distancias. Para ver si el ojo cambiaba de curvatura, examinó de cerca la forma del reflejo de una vela en la córnea de otra persona, concluyendo que la curvatura del ojo tampoco se altera durante la acomodación. Finalmente, para verificar que lo importante es la forma del propio cristalino, Young utilizó su optómetro para comprobar el poder de acomodación de cinco personas a quienes se les había extirpado el cristalino como tratamiento contra las cataratas. Esto reveló que “en un ojo privado del cristalino, la distancia focal real es totalmente inmutable”: las personas sin cristalino no podían enfocar sus ojos en los objetos, teniendo que usar una serie de gafas para mirar objetos a diferentes distancias. Sin embargo, Young tuvo cuidado de no reiterar su hipótesis anterior de que el cristalino en sí mismo es muscular, hipótesis de la que ya no estaba convencido. De hecho, los músculos ciliares que hacen que el cristalino cambie su curvatura no se descubrirían hasta varias décadas más tarde.
Además de sus experimentos sobre el ojo, Young se sumergió en una investigación sobre la naturaleza de la luz, lo que le llevó a defender la teoría ondulatoria de la luz en dos artículos presentados a la Royal Society en 1801 y 1803. A principios del siglo XIX, la teoría dominante sobre la luz seguía siendo la teoría corpuscular de Newton, que proponía que la luz era una corriente de partículas que se movían en línea recta a través del vacío. Frente a esta teoría se alzaba la teoría ondulatoria del astrónomo Christiaan Huygens, según la cual la luz era una onda que se propagaba a través de un medio invisible conocido como el éter. Ambas teorías eran igualmente capaces de explicar la reflexión de la luz en superficies; la teoría corpuscular, sin embargo, tenía más éxito al explicar la propagación rectilínea de la luz, mientras que la teoría ondulatoria era más adecuada para explicar la refracción (el cambio en la dirección de los rayos de luz al pasar de un medio a otro).
Para demostrar de manera concluyente que la luz se comporta como una onda, Young empleó un fenómeno conocido como interferencia. Ésta es más fácil de explicar usando el ejemplo de ondas en el agua: si dos piedras se dejan caer simultáneamente en un estanque tranquilo, producen dos conjuntos de ondas en la superficie del estanque, que se cruzan a medida que se expanden. En los puntos donde las crestas de dos ondas coinciden, sus efectos se refuerzan entre sí para producir una cresta más alta, mientras que en los puntos donde la cresta de una onda coincide con la depresión de otra, sus efectos se anulan y la superficie permanece nivelada. Estos dos tipos de interacción se denominan interferencia constructiva y destructiva. Young se dio cuenta de que, si la luz fuera una onda, la interferencia entre dos rayos de luz produciría un patrón alterno de luz y oscuridad. Tal fenómeno, donde la luz añadida a más luz puede dar lugar a sombra, sería imposible de explicar por la teoría corpuscular. En un atrevido salto de intuición, Young también propuso que los colores de la luz corresponden a ondas de diferente frecuencia (o longitud de onda); esto permitió a su principio de interferencia explicar los desconcertantes colores iridiscentes emitidos por ciertos objetos, como las películas de jabón y las alas de algunos insectos. En su artículo de 1803, Young presentó un experimento en el que dirigió un rayo de luz a través de una pequeña abertura y luego lo dividió en dos usando el borde de una tarjeta. Aunque este no era aún su famoso experimento de doble rendija, sus resultados mostraron que la interferencia entre los rayos de luz que atravesaban cada lado de la tarjeta daba lugar a franjas paralelas de luz y sombra en una pantalla. No obstante, debido al enorme peso de la teoría corpuscular, pocos aceptaron las conclusiones de Young en 1803. A pesar de esto, él tenía confianza en su trabajo; en una carta a un amigo, escribió: “La teoría de la luz y los colores, aunque no ocupó una gran parte de mi tiempo, concibo que es de mayor importancia que todo lo demás que he hecho, o que estoy aún por hacer”. Y en efecto, su demostración de que la luz se comporta como una onda se considera su contribución más significativa a la ciencia.
En el período comprendido entre 1801 y 1803, Young no sólo trabajó como médico e investigó la luz y la visión, sino que también fue orador público en la Royal Institution de Londres, donde fue nombrado profesor de filosofía natural en 1801. De hecho, este periodo fue posiblemente el más agotador en la vida de Young: en 1802, escribió a un amigo que “la repetición inmediata del trabajo y la ansiedad que he sufrido durante los últimos doce meses me convertiría como mínimo en un inválido de por vida”. La Royal Institution, fundada en 1799 para promover la aplicación de la ciencia a la sociedad, tenía ya la tradición de realizar conferencias o charlas públicas sobre temas científicos, que incluían demostraciones en vivo de fenómenos como reacciones químicas, electricidad y magnetismo. Young aceptó impartir una serie de conferencias que cubriría prácticamente todas las ciencias físicas, y en cuya preparación trabajó febrilmente durante la mayor parte de un año. Durante 1802–03, impartió más de cien conferencias en la Royal Institution; una de sus ambiciones era educar a las personas interesadas que carecían de acceso a la educación, incluidas las mujeres. Como escribiría más tarde en la introducción a la versión escrita de sus conferencias, “la Royal Institution puede en cierto grado suplir el lugar de una universidad subordinada, a aquéllos cuyo sexo o situación en la vida les ha negado la ventaja de una educación académica en los seminarios nacionales de aprendizaje”. Sin embargo, según testimonios contemporáneos, la facilidad de Young como escritor no se traducía en un estilo atractivo de disertación, y nunca fue muy distinguido en este papel, especialmente en comparación con oradores eminentes de la Royal Institution como Michael Faraday y Sir Humphry Davy.
Las conferencias de Young se publicaron en 1807, en la forma de un imponente libro de dos volúmenes titulado A Course of Lectures on Natural Philosophy and the Mechanical Arts. En lo que respecta a su rango, profundidad y cantidad de contribuciones originales, este trabajo no ha sido superado por ninguna otra serie de conferencias escrita por un solo autor. Sorprendentemente, el Lectures incluía no sólo las conferencias de Young de 1802–03, sino también un impresionante catálogo histórico que enumeraba unas veinte mil obras científicas en una amplia variedad de idiomas, abarcando desde la antigua Grecia hasta el siglo XIX. Como afirma acertadamente Robinson en su biografía, “Sólo Young, entre los científicos de su época, habría tenido el dominio de idiomas extranjeros, combinado con el rango, el juicio y la laboriosidad para compilar una bibliografía tan monumental”. Irónicamente, aunque Young estaba más que satisfecho con el libro, su editor quebró poco después de su publicación, dejándole sin recompensa por tan colosal cantidad de trabajo.
El contenido del Lectures incluye un sinfín de ejemplos de la tremenda intuición y visión de su autor. En primer lugar, el libro contiene una descripción del experimento por el que hoy más se recuerda a Young, el experimento de la doble rendija que confirmó la teoría ondulatoria de la luz. En él, en lugar de usar una tarjeta (como en su artículo de 1803), cortó dos ranuras estrechas en un pedazo de cartón, que utilizó para dividir un haz de luz en dos rayos y observar las franjas de luz y oscuridad producidas por su interferencia. Además de esto, el libro incluye el primer uso registrado de la palabra ‘energía’ en su significado científico moderno (una medida de la capacidad de un sistema para realizar trabajo), la primera estimación experimental del diámetro de una molécula (cuya presciencia es enfatizada por el hecho de que la existencia de átomos y moléculas no era aceptada por la mayoría de físicos de la época), y una propuesta temprana del concepto moderno de que las distintas formas de radiación pertenecen a un único espectro de longitud de onda, que se extiende desde la luz ultravioleta en un extremo, pasando por los colores de la luz visible, hasta la luz infrarroja (que, además, asoció correctamente con el calor) en el otro extremo. Así, el Lectures, que constituye la mayor obra escrita de Young, evidencia que la afirmación de que su autor estaba adelantado a su tiempo no es ninguna exageración.
Como explica el escritor Andrew Robinson en su magnífica biografía de Young, The Last Man Who Knew Everything, Young no sólo gozaba de un intelecto magnífico, sino que también poseía los atributos que hoy asociamos con la noción de un ‘buen científico’. Al realizar su labor científica y académica, no aspiraba principalmente a la fama, la riqueza o el reconocimiento social, sino más bien a la pura satisfacción que acompaña a la búsqueda del conocimiento. De hecho, después de haberse formado como médico, Young publicó muchos de sus trabajos no médicos de forma anónima, por temor a que sus intereses extraordinariamente amplios pudieran disuadir a los pacientes de acudir a su clínica, haciéndoles decantarse por médicos más ‘centrados’. Además, su conocimiento de la ciencia y su conciencia de los defectos de la medicina del siglo XIX le impidieron adoptar el aire de autoridad confiada que se esperaba de los médicos, dando irónicamente la impresión de que carecía de experiencia suficiente. Young estaba fanáticamente comprometido con la veracidad y la transparencia en sus investigaciones, reconociendo y alabando el trabajo de sus colegas y predecesores en todos los campos que estudió. También fue, tanto en su vida profesional como personal, un hombre enteramente modesto y autocrítico, que otorgaba gran importancia al papel del azar en su carrera. En una carta a su más antiguo amigo, el anticuario y político Hudson Gurney, escribió: “Es bueno que no tenga que volver a vivir mi vida, pues dudo que pudiera hacer tan buen uso de mi tiempo como el mero accidente me ha obligado a hacer”. En palabras de Robinson, “Young era partidario de la idea de que lo que un hombre había hecho, otro hombre podía hacerlo; tenía tan sólo una pequeña creencia en el genio individual”.
Nacido en 1773, en una extensa familia cuáquera de Somerset, Inglaterra, Young dio pruebas tempranas de su voracidad intelectual: era capaz de leer con fluidez a la edad de dos años, y antes de cumplir los cuatro ya había leído la Biblia dos veces. En la escuela, aprendió griego, latín, francés e italiano, y de forma independiente abordó también el hebreo, el árabe, el persa, el caldeo, el siríaco y el samaritano, desarrollando una familiaridad con los idiomas que resultaría inestimable en sus investigaciones adultas. Con la ayuda de algunos vecinos y conocidos familiares que apreciaban su precocidad, también construyó telescopios y microscopios y realizó experimentos químicos. Incluso a esta temprana edad, Young tenía la clara ambición de dominar tantas áreas de conocimiento como pudiera; y, lo que es aún más notable, tal curiosidad y determinación no lo abandonarían hasta el día de su muerte. Como la mayoría de los niños prodigio, adquirió la mayor parte de sus conocimientos directamente de los libros: en una carta a su hermano, comentó que “Los maestros y las maestras son muy necesarios para compensar la falta de inclinación y esfuerzo; pero quien quiera llegar a la excelencia debe ser autodidacta”. Quizá una de sus hazañas juveniles más impresionantes, aparte de su estudio de docenas de idiomas, sea el hecho de que, a la edad de diecisiete años, había estudiado en profundidad los grandes tratados científicos de Newton, el Principia y el Opticks; y hay pruebas de que era capaz de seguir sus avanzadas matemáticas. Esto demuestra la extrema versatilidad mental que caracterizaría al Young adulto; como señaló el escritor Isaac Asimov, “Fue el mejor tipo de niño prodigio, el que madura hasta convertirse en un adulto prodigio”.
A la edad de diecinueve años, Young se mudó a Londres para recibir su formación médica en una de las escuelas de anatomía privadas de la ciudad. Allí, tras diseccionar un ojo de buey, se interesó por el proceso mediante el cual el ojo enfoca objetos ubicados a diferentes distancias, conocido como acomodación. Leyó toda la literatura previa sobre el tema, incluidas las teorías de Johannes Kepler y René Descartes. El primero había propuesto que la acomodación ocurre a través del movimiento del cristalino (la lente situada dentro del ojo) hacia adelante y hacia atrás a lo largo del eje horizontal del ojo, al igual que la lente de una cámara. Descartes, por el contrario, había sostenido que el cristalino es fijo y que la acomodación no se produce por medio de su movimiento, sino de un cambio en su forma. El examen del ojo de buey llevó a Young a concluir que la teoría de Descartes era correcta, y que el cristalino podía alterar su propia curvatura porque era muscular. Este trabajo pronto condujo a la primera publicación científica de Young, un artículo titulado ‘Observations on Vision’, que fue presentado a la Royal Society de Londres por su tío abuelo, el médico Richard Brocklesby, y publicado en la revista de la sociedad, Philosophical Transactions, cuando Young aún tenía diecinueve años. Hoy sabemos que Young tenía razón al concluir que la acomodación ocurre a través de un cambio en la curvatura del cristalino; pero éste no es muscular, como él afirmara entonces, sino que está rodeado por un conjunto de músculos radiales que efectúan la deformación.
Diagrama de las partes de un ojo de buey, del primer artículo de Young (Young, 1793). |
Al año siguiente, Young fue elegido miembro de la Royal Society, uno de los más altos honores científicos de Gran Bretaña. Aunque su trabajo sobre la visión era ciertamente extraordinario para alguien de su edad, debe tenerse en cuenta que los estándares de admisión en la sociedad eran menos estrictos que en la actualidad. Como señala Robinson, “hoy en día sería inconcebible que incluso un joven tan inteligente como Young pudiera ser elegido miembro de la Royal Society en base a una sola publicación científica”. A pesar de su aprecio de este honor, el rechazo de los títulos oficiales que Young mostraría durante toda su vida queda ya patente en la carta en que informa a su madre de su elección: “Espero no ser tan irreflexivo como para deslumbrarme con títulos vacíos que a menudo se confieren a cabezas débiles y corazones corruptos”.
A principios del siglo XIX, los títulos universitarios eran cada vez más importantes para que los médicos capacitados pudieran distinguirse de los charlatanes y estafadores, que no escaseaban en Londres. Por lo tanto, a pesar de no tener especial interés en asistir a la universidad, Young pasó a estudiar medicina en las universidades de Edimburgo, Gotinga y Cambridge. Sin embargo, impulsado por sus múltiples intereses, también aprovechó la oportunidad para ampliar sus conocimientos y habilidades en multitud de dominios además de la medicina; escribiendo desde Edimburgo a su madre, dejó en claro que “de ninguna manera deseo limitar el cultivo de mi mente a lo absolutamente necesario para un médico profesional”. Mientras estaba en Edimburgo y Gotinga, Young conoció a profesores de estudios clásicos y tomó lecciones de música, dibujo, baile, flauta y equitación. Tras un total de cuatro años de formación, en 1796 defendió su tesis en Gotinga y se convirtió en doctor en medicina. Sin embargo, a su regreso a Inglaterra descubrió que aún no estaba cualificado para ser licenciado por el Colegio Real de Médicos, que ahora exigía a los candidatos haber estudiado durante al menos dos años en la misma universidad. Como Young no había pasado suficiente tiempo en Edimburgo ni en Gotinga, se vio obligado a volver a la universidad durante otros dos años. Decidió obtener el título de licenciado en medicina en el Emmanuel College de Cambridge. Como consideraba que esta antigua universidad le ofrecía poco en términos de formación médica que no hubiera adquirido ya, pasó la mayor parte de su tiempo leyendo, escribiendo y realizando experimentos en sus habitaciones, así como conociendo a una variedad de académicos de toda la universidad. Young ciertamente no pasó desapercibido en el Emmanuel College, aunque pocos miembros se complacieron en conocer a un estudiante capaz de desafiar su conocimiento de sus propias disciplinas.
Young regresó a Londres en 1800; finalmente capaz de ejercer la medicina, abrió una clínica privada y comenzó a buscar un puesto de especialista en un hospital. Afortunadamente, había recibido una herencia considerable después de la muerte de su tío abuelo en 1797, lo que alivió su dependencia de los pacientes, permitiéndole ampliar sus investigaciones sobre la visión. En un extenso artículo titulado ‘On the Mechanism of the Eye’, presentado a la Royal Society en 1800, Young estableció de manera concluyente cómo enfoca el ojo, y también diagnosticó y midió el astigmatismo por primera vez, en sus propios ojos. Para lograr esto, primero mejoró un instrumento existente para medir la distancia focal de un ojo, conocido como optómetro. Luego realizó una serie de experimentos extremadamente ingeniosos —y en ocasiones, inquietantes— para determinar si el ojo altera su longitud o curvatura durante la acomodación. Para descubrir si la longitud de su ojo cambiaba, insertó el anillo de una llave de metal en la cuenca de su ojo y lo fijó contra la parte posterior del mismo: “La llave fue forzada hasta donde lo admitía la sensibilidad de los integumentos, y fue encajada, por una presión moderada, entre el ojo y el hueso”. En esta posición, la presión de la llave contra su retina le hizo ver un punto brillante, o ‘fantasma’; incluso un ligero cambio en la longitud del ojo, argumentó Young, modificaría la presión contra la llave y, por lo tanto, el tamaño de dicho fantasma. De esta forma, demostró que el ojo no cambia de longitud al enfocar objetos a diferentes distancias. Para ver si el ojo cambiaba de curvatura, examinó de cerca la forma del reflejo de una vela en la córnea de otra persona, concluyendo que la curvatura del ojo tampoco se altera durante la acomodación. Finalmente, para verificar que lo importante es la forma del propio cristalino, Young utilizó su optómetro para comprobar el poder de acomodación de cinco personas a quienes se les había extirpado el cristalino como tratamiento contra las cataratas. Esto reveló que “en un ojo privado del cristalino, la distancia focal real es totalmente inmutable”: las personas sin cristalino no podían enfocar sus ojos en los objetos, teniendo que usar una serie de gafas para mirar objetos a diferentes distancias. Sin embargo, Young tuvo cuidado de no reiterar su hipótesis anterior de que el cristalino en sí mismo es muscular, hipótesis de la que ya no estaba convencido. De hecho, los músculos ciliares que hacen que el cristalino cambie su curvatura no se descubrirían hasta varias décadas más tarde.
Ilustración del segundo artículo de Young sobre la visión, que presenta diferentes imágenes percibidas por el propio autor durante sus experimentos (Young, 1800). |
Además de sus experimentos sobre el ojo, Young se sumergió en una investigación sobre la naturaleza de la luz, lo que le llevó a defender la teoría ondulatoria de la luz en dos artículos presentados a la Royal Society en 1801 y 1803. A principios del siglo XIX, la teoría dominante sobre la luz seguía siendo la teoría corpuscular de Newton, que proponía que la luz era una corriente de partículas que se movían en línea recta a través del vacío. Frente a esta teoría se alzaba la teoría ondulatoria del astrónomo Christiaan Huygens, según la cual la luz era una onda que se propagaba a través de un medio invisible conocido como el éter. Ambas teorías eran igualmente capaces de explicar la reflexión de la luz en superficies; la teoría corpuscular, sin embargo, tenía más éxito al explicar la propagación rectilínea de la luz, mientras que la teoría ondulatoria era más adecuada para explicar la refracción (el cambio en la dirección de los rayos de luz al pasar de un medio a otro).
Para demostrar de manera concluyente que la luz se comporta como una onda, Young empleó un fenómeno conocido como interferencia. Ésta es más fácil de explicar usando el ejemplo de ondas en el agua: si dos piedras se dejan caer simultáneamente en un estanque tranquilo, producen dos conjuntos de ondas en la superficie del estanque, que se cruzan a medida que se expanden. En los puntos donde las crestas de dos ondas coinciden, sus efectos se refuerzan entre sí para producir una cresta más alta, mientras que en los puntos donde la cresta de una onda coincide con la depresión de otra, sus efectos se anulan y la superficie permanece nivelada. Estos dos tipos de interacción se denominan interferencia constructiva y destructiva. Young se dio cuenta de que, si la luz fuera una onda, la interferencia entre dos rayos de luz produciría un patrón alterno de luz y oscuridad. Tal fenómeno, donde la luz añadida a más luz puede dar lugar a sombra, sería imposible de explicar por la teoría corpuscular. En un atrevido salto de intuición, Young también propuso que los colores de la luz corresponden a ondas de diferente frecuencia (o longitud de onda); esto permitió a su principio de interferencia explicar los desconcertantes colores iridiscentes emitidos por ciertos objetos, como las películas de jabón y las alas de algunos insectos. En su artículo de 1803, Young presentó un experimento en el que dirigió un rayo de luz a través de una pequeña abertura y luego lo dividió en dos usando el borde de una tarjeta. Aunque este no era aún su famoso experimento de doble rendija, sus resultados mostraron que la interferencia entre los rayos de luz que atravesaban cada lado de la tarjeta daba lugar a franjas paralelas de luz y sombra en una pantalla. No obstante, debido al enorme peso de la teoría corpuscular, pocos aceptaron las conclusiones de Young en 1803. A pesar de esto, él tenía confianza en su trabajo; en una carta a un amigo, escribió: “La teoría de la luz y los colores, aunque no ocupó una gran parte de mi tiempo, concibo que es de mayor importancia que todo lo demás que he hecho, o que estoy aún por hacer”. Y en efecto, su demostración de que la luz se comporta como una onda se considera su contribución más significativa a la ciencia.
Diagrama que ilustra la interferencia entre dos conjuntos de ondas en el agua, producida utilizando una invención de Young conocida como tanque de ondas (Young, 1807). |
La adhesión de Young a la teoría ondulatoria de la luz, a su vez, condujo a su segunda gran contribución a la comprensión de la visión: su teoría tricolor de la visión, avanzada en su artículo de 1801. En este caso, su propuesta estaba más cerca de una potente intuición que de una teoría formal. Para entonces era aceptado que la paleta de colores de la luz se originaba a partir de un reducido número de los llamados colores primarios, posiblemente tres o cinco. El avance de Young, derivado de su asociación del color con la longitud de onda, fue imaginar que el cerebro percibe la luz utilizando tres tipos distintos de ‘receptores’ situados en la retina: un receptor para la luz roja, correspondiente a una longitud de onda larga; otro para la luz amarilla, con una longitud de onda media; y un tercero para la luz azul, con una longitud de onda corta. Los colores intermedios (con longitudes de onda intermedias), como el verde, estimularían dos tipos de receptores en un grado similar, dando como resultado una señal compuesta que el cerebro interpretaría como verde. De esta forma, Young avanzó implícitamente la primera teoría de la visión que sugería que el cerebro no sólo recibe información, sino que la procesa para generar las sensaciones que percibimos. Esta idea es una de las bases de la neurología moderna, y demuestra cuán adelantado estaba el intelecto de Young a su tiempo. De hecho, la teoría tricolor de Young permaneció completamente olvidada hasta la década de 1850, cuando fue redescubierta por el fisiólogo y físico Hermann Helmholtz, quien la desarrolló hasta convertirla en una teoría funcional que sería luego ampliada por el físico James Clerk Maxwell. Finalmente, en 1959, dos grupos de científicos estadounidenses demostraron experimentalmente que el color se percibe a través de tres tipos de receptores que cubren la retina. Cabe destacar que Young llegó incluso a sugerir, correctamente, que el daltonismo está causado por la disfunción de uno de los tres tipos de receptores.
En el período comprendido entre 1801 y 1803, Young no sólo trabajó como médico e investigó la luz y la visión, sino que también fue orador público en la Royal Institution de Londres, donde fue nombrado profesor de filosofía natural en 1801. De hecho, este periodo fue posiblemente el más agotador en la vida de Young: en 1802, escribió a un amigo que “la repetición inmediata del trabajo y la ansiedad que he sufrido durante los últimos doce meses me convertiría como mínimo en un inválido de por vida”. La Royal Institution, fundada en 1799 para promover la aplicación de la ciencia a la sociedad, tenía ya la tradición de realizar conferencias o charlas públicas sobre temas científicos, que incluían demostraciones en vivo de fenómenos como reacciones químicas, electricidad y magnetismo. Young aceptó impartir una serie de conferencias que cubriría prácticamente todas las ciencias físicas, y en cuya preparación trabajó febrilmente durante la mayor parte de un año. Durante 1802–03, impartió más de cien conferencias en la Royal Institution; una de sus ambiciones era educar a las personas interesadas que carecían de acceso a la educación, incluidas las mujeres. Como escribiría más tarde en la introducción a la versión escrita de sus conferencias, “la Royal Institution puede en cierto grado suplir el lugar de una universidad subordinada, a aquéllos cuyo sexo o situación en la vida les ha negado la ventaja de una educación académica en los seminarios nacionales de aprendizaje”. Sin embargo, según testimonios contemporáneos, la facilidad de Young como escritor no se traducía en un estilo atractivo de disertación, y nunca fue muy distinguido en este papel, especialmente en comparación con oradores eminentes de la Royal Institution como Michael Faraday y Sir Humphry Davy.
Las conferencias de Young se publicaron en 1807, en la forma de un imponente libro de dos volúmenes titulado A Course of Lectures on Natural Philosophy and the Mechanical Arts. En lo que respecta a su rango, profundidad y cantidad de contribuciones originales, este trabajo no ha sido superado por ninguna otra serie de conferencias escrita por un solo autor. Sorprendentemente, el Lectures incluía no sólo las conferencias de Young de 1802–03, sino también un impresionante catálogo histórico que enumeraba unas veinte mil obras científicas en una amplia variedad de idiomas, abarcando desde la antigua Grecia hasta el siglo XIX. Como afirma acertadamente Robinson en su biografía, “Sólo Young, entre los científicos de su época, habría tenido el dominio de idiomas extranjeros, combinado con el rango, el juicio y la laboriosidad para compilar una bibliografía tan monumental”. Irónicamente, aunque Young estaba más que satisfecho con el libro, su editor quebró poco después de su publicación, dejándole sin recompensa por tan colosal cantidad de trabajo.
El contenido del Lectures incluye un sinfín de ejemplos de la tremenda intuición y visión de su autor. En primer lugar, el libro contiene una descripción del experimento por el que hoy más se recuerda a Young, el experimento de la doble rendija que confirmó la teoría ondulatoria de la luz. En él, en lugar de usar una tarjeta (como en su artículo de 1803), cortó dos ranuras estrechas en un pedazo de cartón, que utilizó para dividir un haz de luz en dos rayos y observar las franjas de luz y oscuridad producidas por su interferencia. Además de esto, el libro incluye el primer uso registrado de la palabra ‘energía’ en su significado científico moderno (una medida de la capacidad de un sistema para realizar trabajo), la primera estimación experimental del diámetro de una molécula (cuya presciencia es enfatizada por el hecho de que la existencia de átomos y moléculas no era aceptada por la mayoría de físicos de la época), y una propuesta temprana del concepto moderno de que las distintas formas de radiación pertenecen a un único espectro de longitud de onda, que se extiende desde la luz ultravioleta en un extremo, pasando por los colores de la luz visible, hasta la luz infrarroja (que, además, asoció correctamente con el calor) en el otro extremo. Así, el Lectures, que constituye la mayor obra escrita de Young, evidencia que la afirmación de que su autor estaba adelantado a su tiempo no es ninguna exageración.
Una selección de figuras del Lectures de Young, incluyendo ilustraciones del experimento de la doble rendija (arriba a la izquierda) y una paleta de colores (arriba a la derecha) (Young, 1807). |
A pesar de su trabajo pionero en física y fisiología, y el monumental logro de su libro, Young, que apenas tenía treinta años, era muy consciente de que todavía necesitaba adquirir una reputación como médico para poder asegurarse un ingreso estable para él y su esposa Eliza, con quien se había casado en 1804. Trató de conseguir esto por medio de nuevas hazañas académicas: en 1813 y 1815 publicó dos exhaustivos volúmenes médicos, An Introduction to Medical Literature y A Practical and Historical Treatise on Consumptive Diseases. Al igual que había hecho antes con la ciencia, Young no solamente condensó el conocimiento médico contemporáneo, sino que también catalogó la literatura médica de los anteriores dos mil años. Sin embargo, en lugar de otorgarle una reputación de médico respetable, estos libros promovieron una imagen indeseable de Young como un ‘frío hombre de ciencia’, y antagonizaron a sus colegas al ofrecer una visión demasiado clara de los numerosos defectos y fracasos de la medicina del siglo XIX. La decepción causada por la recepción de sus libros fue probablemente el factor principal que alejó gradualmente a Young de su ambición de convertirse en un médico destacado, dejando cada vez más espacio para su amplia gama de intereses académicos.
Uno de estos intereses era la misión para descifrar los escritos de la antigua civilización egipcia, en la que Young se involucraría desde 1814 hasta su muerte. El principal motor del esfuerzo de desciframiento era la legendaria Piedra Rosetta, descubierta por el ejército de Napoleón en Egipto en 1799. La característica crucial de la Piedra Rosetta es que contiene una inscripción en tres sistemas de escritura diferentes: jeroglíficos egipcios, una segunda forma de escritura egipcia conocida como demótico, y griego antiguo. La inscripción griega pronto fue traducida, desvelando que las otras dos inscripciones contenían el mismo texto, lo cual significaba que quizá fuera posible identificar palabras equivalentes en griego y egipcio, y utilizarlas para descifrar las escrituras jeroglíficas y demóticas. Dada su vasta experiencia con lenguajes modernos y antiguos, Young estaba excelentemente equipado para esta tarea. A base de estudiar las inscripciones de la Piedra Rosetta, y de copiar y comparar incansablemente inscripciones jeroglíficas y demóticas de una miríada de otras fuentes, pudo apreciar similitudes y patrones sutiles que otros estudiosos habían pasado por alto. En particular, Young fue el primero en notar paralelismos entre algunos signos jeroglíficos y sus caracteres demóticos equivalentes, y demostró que los dos sistemas no eran independientes, y que el demótico era en realidad un derivado de los jeroglíficos. A partir de esta conclusión, se dio cuenta de que la escritura demótica consistía en “imitaciones de los jeroglíficos ... mezcladas con letras del alfabeto”; en otras palabras, era una mezcla de caracteres simbólicos que representaban conceptos, y caracteres fonéticos que representaban sonidos.
En 1819, Young publicó un artículo histórico titulado ‘Egipto’ en la Enciclopedia Británica, que contenía el primer intento sistemático de descifrar los caracteres del antiguo Egipto. En más de treinta mil palabras, el artículo presentaba los resultados de Young desde que comenzara a estudiar las inscripciones en 1814, e incluía un diccionario con traducciones propuestas para más de cuatrocientas palabras jeroglíficas y demóticas, así como un ‘alfabeto’ provisional de la escritura demótica. Estos avances sin precedentes fueron posibles gracias a una sugerencia previa de que los nombres no egipcios en las inscripciones podrían estar escritos fonéticamente, tanto en la escritura demótica como en la jeroglífica. Young demostró que así era al traducir las inscripciones jeroglíficas de los nombres del rey Ptolomeo y la reina Berenice (aunque no todas sus conjeturas fonéticas eran correctas). Cabe destacar que este artículo se publicó de forma anónima, ya que Young había comenzado a ocultar sus investigaciones no médicas para evitar dañar su reputación como médico. Y, a pesar de haber sido el líder indiscutible del esfuerzo de desciframiento hasta entonces, su empeño por permanecer en el anonimato acabaría resultando más dañino que beneficioso una vez que el egiptólogo francés Jean-François Champollion entrase en escena en 1821.
Uno de estos intereses era la misión para descifrar los escritos de la antigua civilización egipcia, en la que Young se involucraría desde 1814 hasta su muerte. El principal motor del esfuerzo de desciframiento era la legendaria Piedra Rosetta, descubierta por el ejército de Napoleón en Egipto en 1799. La característica crucial de la Piedra Rosetta es que contiene una inscripción en tres sistemas de escritura diferentes: jeroglíficos egipcios, una segunda forma de escritura egipcia conocida como demótico, y griego antiguo. La inscripción griega pronto fue traducida, desvelando que las otras dos inscripciones contenían el mismo texto, lo cual significaba que quizá fuera posible identificar palabras equivalentes en griego y egipcio, y utilizarlas para descifrar las escrituras jeroglíficas y demóticas. Dada su vasta experiencia con lenguajes modernos y antiguos, Young estaba excelentemente equipado para esta tarea. A base de estudiar las inscripciones de la Piedra Rosetta, y de copiar y comparar incansablemente inscripciones jeroglíficas y demóticas de una miríada de otras fuentes, pudo apreciar similitudes y patrones sutiles que otros estudiosos habían pasado por alto. En particular, Young fue el primero en notar paralelismos entre algunos signos jeroglíficos y sus caracteres demóticos equivalentes, y demostró que los dos sistemas no eran independientes, y que el demótico era en realidad un derivado de los jeroglíficos. A partir de esta conclusión, se dio cuenta de que la escritura demótica consistía en “imitaciones de los jeroglíficos ... mezcladas con letras del alfabeto”; en otras palabras, era una mezcla de caracteres simbólicos que representaban conceptos, y caracteres fonéticos que representaban sonidos.
En 1819, Young publicó un artículo histórico titulado ‘Egipto’ en la Enciclopedia Británica, que contenía el primer intento sistemático de descifrar los caracteres del antiguo Egipto. En más de treinta mil palabras, el artículo presentaba los resultados de Young desde que comenzara a estudiar las inscripciones en 1814, e incluía un diccionario con traducciones propuestas para más de cuatrocientas palabras jeroglíficas y demóticas, así como un ‘alfabeto’ provisional de la escritura demótica. Estos avances sin precedentes fueron posibles gracias a una sugerencia previa de que los nombres no egipcios en las inscripciones podrían estar escritos fonéticamente, tanto en la escritura demótica como en la jeroglífica. Young demostró que así era al traducir las inscripciones jeroglíficas de los nombres del rey Ptolomeo y la reina Berenice (aunque no todas sus conjeturas fonéticas eran correctas). Cabe destacar que este artículo se publicó de forma anónima, ya que Young había comenzado a ocultar sus investigaciones no médicas para evitar dañar su reputación como médico. Y, a pesar de haber sido el líder indiscutible del esfuerzo de desciframiento hasta entonces, su empeño por permanecer en el anonimato acabaría resultando más dañino que beneficioso una vez que el egiptólogo francés Jean-François Champollion entrase en escena en 1821.
Una carta escrita por Young en 1818, donde propone los significados de ciertos grupos de jeroglíficos (incluidos los nombres de Ptolomeo y Berenice), la mayoría de los cuales eran correctos (Museo Británico). |
Champollion y Young estaban destinados a convertirse en rivales. Para empezar, tenían personalidades opuestas: Champollion, quien ahora es considerado como el padre de la egiptología, era un devoto apasionado de la civilización del antiguo Egipto, y durante mucho tiempo deseó explorar las monumentales ruinas del país mediterráneo. Su temperamento, además, estaba a la altura de su entusiasmo: era propenso a manifestaciones extremas de emoción, y albergaba un ardiente deseo por la gloria de descifrar los jeroglíficos. Young no podría haber sido más diferente: como polímata incorregible, su interés por las escrituras del antiguo Egipto nunca se extendió más allá del deseo de resolver un rompecabezas filológico; tenía una disposición tranquila y franca y, según su amigo Gurney, “no podía soportar, en la conversación más corriente, el más mínimo grado de exageración”. Significativamente, fueron la propia modestia de Young y su anonimato como investigador los que facilitaron a Champollion su reclamación del mérito exclusivo por el desciframiento de los jeroglíficos, a pesar del hecho de que su técnica se basaba en los hallazgos anteriores de Young y en su tentativo diccionario egipcio. De hecho, ya en 1815, un antiguo maestro de Champollion, Sylvestre de Sacy, advirtió a Young que no compartiera demasiados de sus descubrimientos con el egiptólogo francés, ya que “en un futuro podría tener la pretensión de reclamar su prioridad”.
Se puede apreciar cuánto se benefició Champollion del trabajo de Young examinando sus principales publicaciones. La primera de éstas apareció en 1821, cuando él aún desconocía el artículo de Young de 1819. Dos hechos sobre esta publicación son muy notables: en primer lugar, Champollion presentó la noción, seriamente errónea, de que la escritura demótica estaba compuesta enteramente de símbolos conceptuales (cuando Young ya había demostrado que también incluía símbolos fonéticos); en segundo lugar, una vez que leyó el artículo de Young en París, parece ser que Champollion hizo un esfuerzo titánico para retirar de la circulación cada una de las copias de su propio artículo, y tuvo cuidado de no hacer referencia a él en sus publicaciones posteriores de 1822 y 1824. Aún más revelador es que también evitara cualquier mención a la identificación previa por parte de Young de los significados de muchos jeroglíficos, incluyendo su desciframiento parcialmente correcto de los nombres del rey Ptolomeo y la reina Berenice y otros hallazgos cruciales, como el uso de ciertos símbolos para indicar nombres femeninos. Al hacer uso de estos descubrimientos previos en su investigación, Champollion simplemente los mencionó como parte de su proceso deductivo, dando a entender que eran o bien hechos ampliamente conocidos, o sus propios hallazgos. En realidad, los conocimientos adquiridos por otros académicos le sirvieron como trampolín y le permitieron descifrar finalmente la escritura jeroglífica; lo más perturbador no es el hecho de que se basara en estos resultados anteriores —lo cual es una parte natural de la investigación— sino su negativa rotunda a conceder ningún reconocimiento a sus autores originales. Un Young comprensiblemente irritado se apresuró a señalar que Champollion había alcanzado su objetivo “no de ninguna manera como sustitución de mi sistema, sino como una completa confirmación y extensión del mismo”. A pesar de la frustrante disputa, Young nunca dejó de elogiar las contribuciones cruciales de su competidor al desciframiento; simplemente quería que se reconocieran sus propias contribuciones. Con el beneficio de la retrospectiva, está claro que Champollion no se estaba haciendo ningún favor al insistir en acaparar todo el mérito por el desciframiento de los jeroglíficos: los avances que logró en 1822–24, sus exploraciones pioneras de ruinas y monumentos egipcios, y su publicación de la declaración definitiva del desciframiento, sin duda habrían bastado para asegurar su legado como fundador de la egiptología. En cambio, el egocentrismo de Champollion se volvería una mancha indeleble en su reputación; hoy se le recuerda como un hombre brillante y emprendedor, pero también arrogante y algo deshonesto.
Pese a la forma en que Champollion lo había rebasado y se había apropiado de la corona jeroglífica, Young no dejó de trabajar en los escritos del antiguo Egipto; después de todo, la escritura demótica seguía sin descifrar, y él parecía estar ahora en condiciones de terminar el trabajo. Esto se debía en gran parte a un papiro providencialmente útil que encontró en 1822, y que contenía una traducción griega de un texto demótico que Young ya había pasado mucho tiempo tratando de descifrar. Así expresó su regocijo ante la pura improbabilidad de este evento: “una oportunidad extraordinaria me había traído un documento que, en primer lugar, no era muy probable que hubiera existido, y menos aún que se hubiera conservado ileso, para mi información, a lo largo de un período de cerca de dos mil años; pero que esta traducción tan extraordinaria haya sido traída a salvo hasta Europa, hasta Inglaterra y hasta mí, en el mismo momento en que me era más deseable poseerla…”. Cabe destacar que el propio Champollion, posiblemente más relajado tras haber obtenido un prestigioso puesto de conservador en el Museo del Louvre en 1826, ofreció a Young el uso de sus notas privadas sobre la escritura demótica. Con estos nuevos recursos a mano, Young finalmente completó el desciframiento, convirtiéndose en la primera persona en leer un texto demótico en más de mil años. Desde ese momento hasta su muerte, Young continuó trabajando en la que sería su obra final, Rudiments of an Egyptian Dictionary in the Ancient Enchorial Character, publicado póstumamente en 1831.
Se puede apreciar cuánto se benefició Champollion del trabajo de Young examinando sus principales publicaciones. La primera de éstas apareció en 1821, cuando él aún desconocía el artículo de Young de 1819. Dos hechos sobre esta publicación son muy notables: en primer lugar, Champollion presentó la noción, seriamente errónea, de que la escritura demótica estaba compuesta enteramente de símbolos conceptuales (cuando Young ya había demostrado que también incluía símbolos fonéticos); en segundo lugar, una vez que leyó el artículo de Young en París, parece ser que Champollion hizo un esfuerzo titánico para retirar de la circulación cada una de las copias de su propio artículo, y tuvo cuidado de no hacer referencia a él en sus publicaciones posteriores de 1822 y 1824. Aún más revelador es que también evitara cualquier mención a la identificación previa por parte de Young de los significados de muchos jeroglíficos, incluyendo su desciframiento parcialmente correcto de los nombres del rey Ptolomeo y la reina Berenice y otros hallazgos cruciales, como el uso de ciertos símbolos para indicar nombres femeninos. Al hacer uso de estos descubrimientos previos en su investigación, Champollion simplemente los mencionó como parte de su proceso deductivo, dando a entender que eran o bien hechos ampliamente conocidos, o sus propios hallazgos. En realidad, los conocimientos adquiridos por otros académicos le sirvieron como trampolín y le permitieron descifrar finalmente la escritura jeroglífica; lo más perturbador no es el hecho de que se basara en estos resultados anteriores —lo cual es una parte natural de la investigación— sino su negativa rotunda a conceder ningún reconocimiento a sus autores originales. Un Young comprensiblemente irritado se apresuró a señalar que Champollion había alcanzado su objetivo “no de ninguna manera como sustitución de mi sistema, sino como una completa confirmación y extensión del mismo”. A pesar de la frustrante disputa, Young nunca dejó de elogiar las contribuciones cruciales de su competidor al desciframiento; simplemente quería que se reconocieran sus propias contribuciones. Con el beneficio de la retrospectiva, está claro que Champollion no se estaba haciendo ningún favor al insistir en acaparar todo el mérito por el desciframiento de los jeroglíficos: los avances que logró en 1822–24, sus exploraciones pioneras de ruinas y monumentos egipcios, y su publicación de la declaración definitiva del desciframiento, sin duda habrían bastado para asegurar su legado como fundador de la egiptología. En cambio, el egocentrismo de Champollion se volvería una mancha indeleble en su reputación; hoy se le recuerda como un hombre brillante y emprendedor, pero también arrogante y algo deshonesto.
Pese a la forma en que Champollion lo había rebasado y se había apropiado de la corona jeroglífica, Young no dejó de trabajar en los escritos del antiguo Egipto; después de todo, la escritura demótica seguía sin descifrar, y él parecía estar ahora en condiciones de terminar el trabajo. Esto se debía en gran parte a un papiro providencialmente útil que encontró en 1822, y que contenía una traducción griega de un texto demótico que Young ya había pasado mucho tiempo tratando de descifrar. Así expresó su regocijo ante la pura improbabilidad de este evento: “una oportunidad extraordinaria me había traído un documento que, en primer lugar, no era muy probable que hubiera existido, y menos aún que se hubiera conservado ileso, para mi información, a lo largo de un período de cerca de dos mil años; pero que esta traducción tan extraordinaria haya sido traída a salvo hasta Europa, hasta Inglaterra y hasta mí, en el mismo momento en que me era más deseable poseerla…”. Cabe destacar que el propio Champollion, posiblemente más relajado tras haber obtenido un prestigioso puesto de conservador en el Museo del Louvre en 1826, ofreció a Young el uso de sus notas privadas sobre la escritura demótica. Con estos nuevos recursos a mano, Young finalmente completó el desciframiento, convirtiéndose en la primera persona en leer un texto demótico en más de mil años. Desde ese momento hasta su muerte, Young continuó trabajando en la que sería su obra final, Rudiments of an Egyptian Dictionary in the Ancient Enchorial Character, publicado póstumamente en 1831.
Tres páginas del Rudiments of an Egyptian Dictionary de Young, que presentan los significados de grupos de caracteres demóticos (Young, 1831). |
Sería fácil creer que el estudio de los sistemas de escritura egipcios, combinado con sus obligaciones médicas, absorbió todo el tiempo de Young a partir de 1814; pero nada más lejos de la verdad. De hecho, sus intereses polimáticos se hicieron aún más evidentes durante este periodo. Para empezar, entre 1816 y 1825, Young contribuyó un total de 63 artículos a la Enciclopedia Británica, escribiendo sobre una asombrosa variedad de temas, incluyendo idiomas, mareas oceánicas, hidráulica, puentes, Egipto, carpintería, construcción de carreteras, máquinas de vapor e integrales. Algunos de estos artículos iban más allá de meras revisiones del conocimiento existente, y contenían algunas ideas originales notables. Junto al innovador trabajo sobre los jeroglíficos en su artículo sobre Egipto, su artículo sobre idiomas es particularmente digno de mención. En sus treinta y tres mil palabras, Young aplicó sus conocimientos filológicos para examinar y comparar unas cuatrocientas lenguas antiguas y modernas de todo el mundo, clasificándolas en familias en base a su grado de similitud. En este análisis, Young acuñó el popular término ‘indoeuropeo’ para designar a la familia de lenguas que comprende la mayoría de idiomas de la India, Oriente Medio y Europa. Young, sin embargo, hizo del anonimato una condición de sus contribuciones a la Enciclopedia; no accedería a adjuntar su nombre a sus escritos hasta 1823, cuando ya había abandonado su ambición de convertirse en un médico destacado.
Otro factor, además de la decepcionante recepción de sus libros, que llevó a Young a alejarse gradualmente de sus aspiraciones médicas, fue la creciente seguridad financiera que le brindaron los múltiples puestos financiados por el gobierno que ocupó a partir de 1811. Los órganos en los que se le solicitó su servicio incluyen: un comité de la marina para evaluar la adopción de un método mejorado para la construcción de barcos; un comité de la Royal Society solicitado por el gobierno para examinar la seguridad de introducir el gas de hulla en Londres; una comisión gubernamental para comparar los sistemas de unidades francés e inglés y considerar la adopción de un sistema más consistente en todo el Imperio Británico; y la Junta de Longitud del gobierno, la cual estaba a cargo de un esquema de premios para soluciones al problema de determinar la longitud geográfica en el mar. Entre otras cosas, es destacable que, en 1820, Young utilizó la influencia de su puesto en la Junta para convencer al gobierno de establecer un importante observatorio astronómico en el Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. Fue debido a este surtido de servicios a su país que se sintió lo bastante seguro como para escribir, con distintivo ingenio: “Pero no le debo mucho al público, y supongo que jamás recibiré mucho de lo que el público me debe”. E incluso todo esto no abarca la totalidad de las actividades de Young durante la década de 1820: también publicó artículos técnicos sobre temas tan dispares como la forma y densidad de la Tierra y la teoría de los seguros de vida; y fue contratado como ‘inspector de cálculos’ y médico de una recién fundada compañía de seguros de vida (un puesto tan bien remunerado que solicitó que se le redujera el salario). Más notablemente, Young también fue considerado como candidato a la presidencia de la Royal Society (donde había servido como secretario de asuntos exteriores desde 1804), y de haber estado interesado —o “de ser lo suficientemente ingenuo como para desear el cargo”— sin duda habría resultado elegido.
Después de una vida adulta marcada por una excelente salud, en 1828 Young experimentó un cansancio inexplicable mientras visitaba Ginebra. A principios del año siguiente, comenzó a sufrir aparentes ataques de asma y desarrolló dificultad para respirar y una debilidad progresiva. Pero incluso estando confinado a la cama, continuó trabajando en las pruebas de imprenta de su Rudiments of an Egyptian Dictionary, hasta el punto de tener que recurrir a un lápiz por estar demasiado débil para sostener una pluma. Según George Peacock, biógrafo contemporáneo de Young, cuando un amigo le aconsejó al moribundo que no se fatigase con este trabajo, “él respondió que no era ninguna fatiga, sino una gran diversión para él”. Casi había terminado de corregir las pruebas de imprenta de su libro cuando falleció el 10 de mayo de 1829, apenas un mes antes de cumplir los cincuenta y seis años. Una autopsia reveló ‘osificación de la aorta’, hoy conocida como aterosclerosis avanzada: su aorta se había calcificado, endurecido y estrechado, lo que al final probablemente le provocó insuficiencia renal progresiva y edema pulmonar. Por qué Young sufrió una forma tan avanzada de esta enfermedad en su mediana edad sigue sin explicación.
La muerte de Young atrajo muy poca respuesta pública. Se leyeron elogios en la Royal Society y el Instituto Nacional de Francia (que en 1827 había elegido a Young como asociado extranjero, un honor extremadamente prestigioso), y una concisa nota informando de su muerte se publicó en la revista médica The Lancet. Fue sólo gracias a una campaña de la viuda de Young, Eliza, y su amigo de toda la vida, Hudson Gurney, que finalmente se instaló una placa conmemorativa en la Abadía de Westminster de Londres, otorgando a Young un puesto inmortal entre algunos de los más grandes científicos y artistas de la historia británica. También hay que agradecer a Eliza Young por convencer a Peacock de que afrontara la abrumadora tarea de escribir una biografía de su difunto marido.
Con una gama incomparable de intereses académicos y contribuciones originales a la ciencia y al conocimiento, no puede caber duda de que Young fue el más grande polímata de su tiempo, incluso por admisión de muchos de sus propios contemporáneos. Es realmente difícil comprender siquiera cuánto conocimiento adquirió durante sus cinco décadas de vida. Si hubieran existido premios Nobel en el siglo XIX, Young probablemente habría recibido uno en física por su demostración de la teoría ondulatoria de la luz, y posiblemente un segundo en fisiología por su trabajo sobre la visión humana. La historia, sin embargo, es notoriamente incomprensiva con los polímatas, y a Young se le resume a menudo simplemente como ‘médico y físico’ (o incluso sólo uno de los dos). Su actitud imperecedera hacia la ciencia quizá está mejor expresada en una carta a su amigo Gurney: “Las investigaciones científicas son una especie de guerra, librada en el despacho o en el sofá contra todos los contemporáneos y predecesores de uno; a menudo he obtenido una victoria singular al estar medio dormido, pero con más frecuencia he descubierto, estando completamente despierto, que el enemigo aún tenía ventaja sobre mí cuando yo pensaba que lo tenía arrinconado… y todo esto, ya ves, lo mantiene a uno vivo”.
Tan extraordinario como su motivación intelectual es el hecho de que Young, a diferencia de algunos de los más grandes científicos de los últimos tres siglos, era un individuo sensible y sociable, con un auténtico interés por las artes y una clara afición por la compañía humana. Robinson lo resume como “un escritor de cartas vivaz y ocasionalmente cáustico, un buen conversador, un músico culto, un bailarín respetable, un versificador tolerable, un jinete y gimnasta consumado y, a lo largo de su vida, un participante en la alta sociedad de Londres”. Al mismo tiempo, Young era profundamente reservado sobre su vida personal; por ejemplo, casi nada se conoce acerca de su esposa Eliza, aunque se sabe que su matrimonio fue feliz. Eliza fue probablemente uno de los principales motivos por los que Young no se amargó debido a las muchas decepciones, ofensas, disputas y rechazos que marcaron su vida profesional.
Dada la progresiva profesionalización y especialización de todas las ramas de la ciencia durante los últimos doscientos años, es improbable que volvamos a presenciar un fenómeno semejante a Thomas Young. No obstante, su vida sigue siendo un testimonio impresionante del potencial ilimitado de la mente humana, y un excelente ejemplo del significado original de la palabra ‘filósofo’. Pues fue su puro amor por el conocimiento, su incansable anhelo de comprender el mundo, lo que ante todo lo definió y ‘lo mantuvo vivo’.
Otro factor, además de la decepcionante recepción de sus libros, que llevó a Young a alejarse gradualmente de sus aspiraciones médicas, fue la creciente seguridad financiera que le brindaron los múltiples puestos financiados por el gobierno que ocupó a partir de 1811. Los órganos en los que se le solicitó su servicio incluyen: un comité de la marina para evaluar la adopción de un método mejorado para la construcción de barcos; un comité de la Royal Society solicitado por el gobierno para examinar la seguridad de introducir el gas de hulla en Londres; una comisión gubernamental para comparar los sistemas de unidades francés e inglés y considerar la adopción de un sistema más consistente en todo el Imperio Británico; y la Junta de Longitud del gobierno, la cual estaba a cargo de un esquema de premios para soluciones al problema de determinar la longitud geográfica en el mar. Entre otras cosas, es destacable que, en 1820, Young utilizó la influencia de su puesto en la Junta para convencer al gobierno de establecer un importante observatorio astronómico en el Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. Fue debido a este surtido de servicios a su país que se sintió lo bastante seguro como para escribir, con distintivo ingenio: “Pero no le debo mucho al público, y supongo que jamás recibiré mucho de lo que el público me debe”. E incluso todo esto no abarca la totalidad de las actividades de Young durante la década de 1820: también publicó artículos técnicos sobre temas tan dispares como la forma y densidad de la Tierra y la teoría de los seguros de vida; y fue contratado como ‘inspector de cálculos’ y médico de una recién fundada compañía de seguros de vida (un puesto tan bien remunerado que solicitó que se le redujera el salario). Más notablemente, Young también fue considerado como candidato a la presidencia de la Royal Society (donde había servido como secretario de asuntos exteriores desde 1804), y de haber estado interesado —o “de ser lo suficientemente ingenuo como para desear el cargo”— sin duda habría resultado elegido.
Después de una vida adulta marcada por una excelente salud, en 1828 Young experimentó un cansancio inexplicable mientras visitaba Ginebra. A principios del año siguiente, comenzó a sufrir aparentes ataques de asma y desarrolló dificultad para respirar y una debilidad progresiva. Pero incluso estando confinado a la cama, continuó trabajando en las pruebas de imprenta de su Rudiments of an Egyptian Dictionary, hasta el punto de tener que recurrir a un lápiz por estar demasiado débil para sostener una pluma. Según George Peacock, biógrafo contemporáneo de Young, cuando un amigo le aconsejó al moribundo que no se fatigase con este trabajo, “él respondió que no era ninguna fatiga, sino una gran diversión para él”. Casi había terminado de corregir las pruebas de imprenta de su libro cuando falleció el 10 de mayo de 1829, apenas un mes antes de cumplir los cincuenta y seis años. Una autopsia reveló ‘osificación de la aorta’, hoy conocida como aterosclerosis avanzada: su aorta se había calcificado, endurecido y estrechado, lo que al final probablemente le provocó insuficiencia renal progresiva y edema pulmonar. Por qué Young sufrió una forma tan avanzada de esta enfermedad en su mediana edad sigue sin explicación.
La muerte de Young atrajo muy poca respuesta pública. Se leyeron elogios en la Royal Society y el Instituto Nacional de Francia (que en 1827 había elegido a Young como asociado extranjero, un honor extremadamente prestigioso), y una concisa nota informando de su muerte se publicó en la revista médica The Lancet. Fue sólo gracias a una campaña de la viuda de Young, Eliza, y su amigo de toda la vida, Hudson Gurney, que finalmente se instaló una placa conmemorativa en la Abadía de Westminster de Londres, otorgando a Young un puesto inmortal entre algunos de los más grandes científicos y artistas de la historia británica. También hay que agradecer a Eliza Young por convencer a Peacock de que afrontara la abrumadora tarea de escribir una biografía de su difunto marido.
Con una gama incomparable de intereses académicos y contribuciones originales a la ciencia y al conocimiento, no puede caber duda de que Young fue el más grande polímata de su tiempo, incluso por admisión de muchos de sus propios contemporáneos. Es realmente difícil comprender siquiera cuánto conocimiento adquirió durante sus cinco décadas de vida. Si hubieran existido premios Nobel en el siglo XIX, Young probablemente habría recibido uno en física por su demostración de la teoría ondulatoria de la luz, y posiblemente un segundo en fisiología por su trabajo sobre la visión humana. La historia, sin embargo, es notoriamente incomprensiva con los polímatas, y a Young se le resume a menudo simplemente como ‘médico y físico’ (o incluso sólo uno de los dos). Su actitud imperecedera hacia la ciencia quizá está mejor expresada en una carta a su amigo Gurney: “Las investigaciones científicas son una especie de guerra, librada en el despacho o en el sofá contra todos los contemporáneos y predecesores de uno; a menudo he obtenido una victoria singular al estar medio dormido, pero con más frecuencia he descubierto, estando completamente despierto, que el enemigo aún tenía ventaja sobre mí cuando yo pensaba que lo tenía arrinconado… y todo esto, ya ves, lo mantiene a uno vivo”.
Tan extraordinario como su motivación intelectual es el hecho de que Young, a diferencia de algunos de los más grandes científicos de los últimos tres siglos, era un individuo sensible y sociable, con un auténtico interés por las artes y una clara afición por la compañía humana. Robinson lo resume como “un escritor de cartas vivaz y ocasionalmente cáustico, un buen conversador, un músico culto, un bailarín respetable, un versificador tolerable, un jinete y gimnasta consumado y, a lo largo de su vida, un participante en la alta sociedad de Londres”. Al mismo tiempo, Young era profundamente reservado sobre su vida personal; por ejemplo, casi nada se conoce acerca de su esposa Eliza, aunque se sabe que su matrimonio fue feliz. Eliza fue probablemente uno de los principales motivos por los que Young no se amargó debido a las muchas decepciones, ofensas, disputas y rechazos que marcaron su vida profesional.
Dada la progresiva profesionalización y especialización de todas las ramas de la ciencia durante los últimos doscientos años, es improbable que volvamos a presenciar un fenómeno semejante a Thomas Young. No obstante, su vida sigue siendo un testimonio impresionante del potencial ilimitado de la mente humana, y un excelente ejemplo del significado original de la palabra ‘filósofo’. Pues fue su puro amor por el conocimiento, su incansable anhelo de comprender el mundo, lo que ante todo lo definió y ‘lo mantuvo vivo’.
Referencias
Robinson, A. The Last Man Who Knew Everything. Pi Press/Oneworld Publications, 2006.
Peacock, G. Life of Thomas Young: M.D., F.R.S., &c. John Murray, 1855.
Young, T. Observations on Vision. Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 1793.
Young, T. On the Mechanism of the Eye. Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 1800.
Young, T. A Course of Lectures on Natural Philosophy and the Mechanical Arts. Joseph Johnson, 1807.
Young, T. Rudiments of an Egyptian Dictionary in the Ancient Enchorial Character. J. and A. Arch, 1831.
Robinson, A. The Last Man Who Knew Everything. Pi Press/Oneworld Publications, 2006.
Peacock, G. Life of Thomas Young: M.D., F.R.S., &c. John Murray, 1855.
Young, T. Observations on Vision. Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 1793.
Young, T. On the Mechanism of the Eye. Philosophical Transactions of the Royal Society of London, 1800.
Young, T. A Course of Lectures on Natural Philosophy and the Mechanical Arts. Joseph Johnson, 1807.
Young, T. Rudiments of an Egyptian Dictionary in the Ancient Enchorial Character. J. and A. Arch, 1831.